jueves, 22 de septiembre de 2011

El estado te quiere a ti.



Aunque tu no le quieras al Estado, ni tan siquiera desees tener un Estado, hay algún Estado que te quiere. Puede ser con uno de esos amores que matan, pero quiere apropiarse de ti. Entero y verdadero. En todos los ámbitos de la vida, los cotidianos y los menos cotidianos. Ya lo dijo Hobbes; “entre los monstruos fríos el más frío es el Estado” y tenía razón.

Entre nosotros hay mucha gente que afirma rotundamente: ¿para qué queremos un Estado? Y ahí está el meollo del asunto. No es que nosotros queramos o no un Estado, sino que siempre tenemos encima un Estado que nos quiere a nosotros. El mundo es así, y no hay espacios en blanco, o en gris, donde se pueda existir al margen de ellos. O tienes el Estado que tú eliges, o si te desentiendes tendrás el que otro elija por ti.

El Estado nos nacionaliza, nos chupa los impuestos y, en teoría, nos devuelve una parte en forma de prestaciones sociales, educación, sanidad, etc., y de conceptos inmateriales como defensa, seguridad, cohesión social, sentido de pertenencia o la identidad. Y encima se lo anota en su “haber”, en forma de presunción de eficiencia, legitimidad, orden...

El problema surge cuando las prestaciones sociales que genera el “monstruo frío”, tangibles e inmateriales, se manifiestan contrarias a la de la sociedad que lo sostiene. Que le paga con sus impuestos. Es lo que ocurre cuando una sociedad no encaja en los proyectos de sus élites, quizás porque pertenecen a otro grupo social y tienden a promover lo que les conviene. Es un conflicto de poder y de intereses. Efectivamente, un sistema educativo que favorece a la nación dominante, unos medios de propaganda que la ejercen descaradamente en favor de su identidad (y en contra de la que no tiene medios para imponerse), un sistema judicial claramente estructurado para penalizar a los dominados y unas fuerzas represivas en el mismo sentido, sólo pueden ir al “debe” de la sociedad subordinada.

Ejército, policía, sistema judicial por un lado. Lengua, educación, medios de comunicación y propaganda, por otro... Pueden ser servicios si responden a los intereses de una sociedad dada. Pero serán cargas opresivas, insoportables, cuando responden a los intereses de un grupo nacional extranjero con intenciones asimiladoras.

Recuerdo hace bastantes años un eslogan del Pnv que decía “Euzkadik behar zaitu”. Hoy no hablaríamos de “Euzkadi” sino de “Navarra”, “Euskal Herria” o “Nafarroa”. Pero hay algo que se sobrepone a esa necesidad que es el querer. El Estado te necesita. Estatuak nahi zaitu. Nadie puede permanecer al margen de esa querencia. Por eso precisamente es necesario tener un Estado propio. Si no lo tienes, los que ejercen esa función porque así se lo han propuesto te quieren para ellos. Para pagar sus impuestos, para chuparte la sangre, para engrandecerse, sí, pero, sobre todo, para que sirvamos como un eslabón más en su proceso nacionalizador, español o francés, en la asimilación en sus respectivas sociedades y en la aniquilación de la nuestra.

El Estado te quiere, te necesita. Pero una condición necesaria para que eso funcione sin que destruya la sociedad que lo sostiene es que tú lo legitimes, que lo admitas, que quieras al Estado, aunque sea con todas las reticencias que merece el “monstruo frío”. Es necesario que en cierto modo sea “tuyo”, que permita el desarrollo equilibrado de la sociedad, de su lengua y cultura, de su presencia como sujeto en el mundo. Y para eso, es necesario un Estado propio. Podemos decir que “el Estado te necesita”, pero si es un Estado que va a la contra de nuestra sociedad, nos sobra, lo rechazamos. Para legitimarlo tenemos que utilizarlo como nuestro, para nuestro bien y nuestra defensa. La necesidad es recíproca y entonces la querencia, relativa siempre, será también reciproca. Siempre, por supuesto, un amor por interés.
                                                                                                          
Eneko Urliaga


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